Jodyalí por Thomas Goltz

(Periodista Independiente)

Goltz, Thomas, Periódico de Azerbaiyán: Las aventuras de un reportero astuto
en una república post Soviética arrasada por una guerra a causa de la ambición por petróleo,
M.E. Sharpe, Nueva York 1998

El 26 de febrero de 1992 parecía un día normal de trabajo. El Ministro del Exterior iraní, Ali Akbar Velayati, estaba de regreso en la ciudad para otorgar finalmente el reconocimiento diplomático a Azerbaiyán, así como para responder a los comentarios enfermizos acerca de la creciente amenaza de la influencia iraní en la región del Cáucaso y de Asia central, realizados de manera reciente, por el Secretario de Estado norteamericano, James Baker.

"No fue la República Islámica de Irán lo que ocasionó una amenaza a la región, sino los estados Unidos de Norteamérica" - entonó el enjuto emisario Iraní. Además de ser el principal culpable del derramamiento de sangre que se suscita por todo el mundo, los Estados Unidos de Norteamérica fueron los que fomentaron activamente el conflicto en Karabaj. En contraste, la República islámica, es un país que está interesado en la paz entre las naciones y los pueblos. Para lograr este propósito, el Dr. Velayati llevo a cabo un plan para la paz para terminar con el conflicto tan sangriento y sin sentido en Karabaj y las dos partes interesadas, Armenia y Azerbaiyán, han acordado firmarlo. El mismo Velayati planeó visitar Karabaj el siguiente día.

Esto era de interés periodístico y en el momento en que yo estaba preparándome para enviar un expediente de esta historia al Washington Post, Hicran entró precipitadamente a mi oficina. Ella había estado al teléfono con la sección de información del Frente Popular, y tenía algunas noticias alarmantes: Algunas fuentes en Agdám habían reportado que un río de refugiados de Karabaj había llenado las calles de la ciudad, huyendo de un ataque masivo. Había rumores exagerados de que el conflicto había surgido desde los dos lados, y muy probablemente este era uno más, pero a mí me pareció mejor idea indagar por teléfono. Aunque parezca mentira, nadie en el gobierno atendía mi llamada. Quizás estaban todos en el Complejo Gulistán, almorzando con la delegación Iraní. Así que espere por unos minutos, y comencé a llamar a las personas a sus hogares. Alrededor de la media noche, me logré comunicar con Vafa Gulizade.

"Perdón que te moleste tan tarde"- me disculpé. "Pero… ¿Qué hay de cierto en este rumor?" "No puedo hablar de ello", me dijo Vafa, y sin dejarme siquiera responder, me colgó.

Sentí una sensación de inquietud en mis entrañas. Vafa, normalmente era muy gentil sin reparo. Alomejor ya estaba dormido? Decidí volver a llamar, pero el número permaneció ocupado la siguiente media hora. Yo pensé, quizás lo descolgó, e hice un último esfuerzo para que entrara mi llamada, y esta entró.

"Vafa", le dije nuevamente, en tono cortés. "¿Qué está pasando?"

"Algo terrible ha sucedido", rezongó.

"¿Qué?" Le exigí respuesta.

"Se ha llevado a cabo una masacre", me dijo.

"¿Dónde?"

"En Karabaj, en un pueblo llamado Khodjali", me dijo y nuevamente volvió a colgar el teléfono.

Khodjali; Yo he estado ahí, en efecto, dos veces.

La primera vez fue en septiembre, cuando nos detuvimos fuera del aeropuerto para esperar a que Boris Yeltsin saliera. La última vez fue hace un mes, en enero de 1992. En esa época, la única manera de llagar a Khodjali era por medio de un helicóptero, ya que los armenios habían arruinado la carretera que hacía nexo con Agdám. Me acuerdo de esa gran aventura como si fuera ayer. Teniendo yo muchas dudas sobre algunos informes de parte del lado armenio, en los que decían que los azeris se habían armado de manera masiva y que sus helicópteros estaban "zumbando" en los pueblos armenios solo por diversión o con motivo de sembrar terror, me dirigí a Agdám con el periodista del London Independent llamado Hugh Pope, para conversar con los refugiados sobre su situación.

Era muy fácil encontrar refugiados en Agdám. Estaban esparcidos por todo el lugar. La mayor concentración de población estaba en un aeródromo local, por la simple razón de que los refugiados no querían ser ya refugiados: regresaban a sus hogares en Khodjali. Su orgullo había silenciado su cordura. Uno de ellos era una mujer de 35 años de edad, madre de cuatro, de nombre Zumrut Ezova. Cuando le pregunte por qué regresaba, ella me respondió que era mejor morir en Karabaj que mendigar en las calles de Afganistán.

"¿Por qué el gobierno no abría la carretera?", grito Zumrut en mi oído, con más fuerza que el rugido de los motores cercanos del helicóptero, "¿Por qué nos están haciendo emigrar como si fuéramos patos de cacería listos para recibir un tiro?"

Yo no tenía una respuesta.

Entonces vi que se dirigía hacia mí alguien que cruzaba el aeródromo tambaleándose. Era Alef Khadjiev, el comandante de la seguridad del aeropuerto en Khodjali, el mismo caballero que un mes antes, nos había salvado de unas personas de Agdám que se encontraban en estado de embriaguez, durante la visita de Yeltsin. En ese entonces se mostraba muy alegre, pero a pesar de habernos esbozado una gran sonrisa, el se encontraba muy estresado. Le pregunte cuál era la situación en su ciudad natal.

"Estas hablando en serio", me dijo Khadjiev. "Vamos a Khodjali , así podrás verlo con tus propios ojos, y escribir la verdad, si tienes las agallas."

Detrás de él había un helicóptero MI-8, sus hélices giraban lentamente. Una masa de refugiados se abalanzaba sobre el tratando de huir del lugar. El helicóptero estaba peligrosamente sobrecargado de humanos, víveres, y otras cosas, y esperando en el asfalto había más equipaje, incluyendo una cañón de fuego de 70 mm oxidado y diversos tipos de cajas de municiones.

"Yo no voy", dijo Pope, "Tengo esposa e hijos".

El rotor comenzó a moverse cada vez más rápido, y yo tuve que decidirme rápido.

"Nos vemos después", le dije, preguntándome si en verdad así sería. Me embarqué, siendo uno de los 50 pasajeros en la aeronave, diseñada únicamente para 24, todas estas personas a parte de las muchas municiones y provisiones. Pensé para mis adentros: Esto es una locura; aún estoy a tiempo de bajarme. Para entonces, ya era muy tarde. Despegamos con mucha dificultad, tambaleándonos y el estrépito de mi estomago atravesó mis oídos.. Pude ver que Pope se despedía de mí,, mientras se alejaba del campo, y yo deseé estar con él en tierra firme. La espiral que realizó el MI-8 hizo que voláramos a 3500 pies de altura, suficientes para pilotar sobre el Claro de Askeron hasta Khodjali para así evitar fuego antiaéreo armenio. Dos docenas de helicópteros han sido acribillados en los últimos dos meses, incluyendo el choque/mortal de dos helicópteros más, uno que transportaba oficiales y fue acribillado en noviembre y otro "pájaro" que acribillaron una semana antes. El ingeniero en vuelo me comentó que el artefacto en el que volábamos había recibido un balazo que atravesó el tanque una semana antes. Fue una fortuna que el combustible estaba en un nivel muy bajo y la bala penetró en la parte superior del tanque. Escuchar esto fue muy alentador, mientras nos conectamos con el Claro de Askeron, resistiéndonos al viento en contra y al aguanieve.

Cuando atravesábamos la nubosidad, se podían ver desde arriba, camiones, y automóviles conduciendo en las carreteras a custodia de metralletas armenias, que se abastecían con gasolina y diesel traídos desde sus propios puentes aéreos desde Armenia (o comprados a oportunistas de la guerra Azerbaiyana).

Finalmente y afortunadamente, después de un viaje que parecía durar horas y que en realidad duró 20 minutos, comenzamos a hacer nuestro descenso en espiral hacia el campo aéreo de Khodjali. Ninguna persona que no haya realizado dicho viaje, podría sentir lo que sentimos cuando las ruedas tocaron el suelo.

¡Estoy vivo! Quería gritar, pero era mucho más prudente permanecer tranquilo y actuar como si realizara este tipo de viajes dos veces al día.

"¿Cómo te sientes?" Me preguntó Alef Khadjiev.

"Normalno," mentí en ruso, relajadísimo.

Al mismo tiempo, los residentes se abalanzaron sobre el helicóptero, algunos para saludar a sus seres queridos que regresaban y otros para ser los primeros en abordar la aeronave cuando esta se preparara para despegar y salir del territorio. Todos estaban ahí para escuchar las noticias recientes del resto de Azerbaiyán: periódicos, chismes rumores.

El motivo de tanto entusiasmo era muy evidente: En Khodjali no funcionaban los teléfonos, no funcionaba nada: no había electricidad, combustóleo, ni agua corriente. El único nexo con el mundo exterior era ese helicóptero que se encontraba bajo amenaza de fuego en cada viaje que realizaban. El aislamiento del lugar se hacía evidente al caer la noche. Me junté con Khadjiev y algunos de sus hombres que estaban en el comedor provisional del fuerte de armas, y mientras cenábamos a la luz de las velas, el SPAM (carne precocida enlatada) que el ejercito del Soviet nos compartía, junto con cebollas crudas y pan rancio, me comentó lo que comúnmente se llamaría una sesión informativa de línea de frente.

La situación es mala y está empeorando, me dijo Khadjiev muy deprimido. Desde los últimos 3 meses, los armenios se han apoderado de todos los pueblos de las afueras de Azerbaiyán, uno por uno. Únicamente dos de esas poblaciones permanecieron en manos azerís: Khodjali y Shushá, y la carretera entre estas dos había sido ocupada. Mientras yo sabía que la situación se estaba deteriorando, no tenía idea que fuera así de grave.

"Es porque crees lo que te han dicho en Bakú," me dijo riendo con satisfacción Alef. "Nos han vendido, completamente".

Bakú puede abrir la carretera a Agdám, le llevaría un sólo día si así lo deseara el gobierno, me dijo. El ahora creía que el gobierno efectivamente quería que el negocio de Karabaj se lograra a fuego lento, y así distraer la atención pública, mientras la elite continuaba a saquear el país.

"Si escribes esto que te dije y me lo achacas, yo lo negaré", me dijo. "Pero es verdad".

Los 60 hombres que estaban a su mando carecían tanto de armamento como de entrenamiento para defender el perímetro rezagado. Los únicos soldados, por los cuales valía la pena su sudor, eran cuatro veteranos de la Guerra Soviética en Afganistán, que habían sido voluntarios para lograr imponer algo de disciplina a los rangos de los defensores. Los demás eran novatos, si los armenios realizaran un sólo disparo, ellos contestarían con una ráfaga de disparos y desperdiciarían la mitad de las preciadas municiones. Así fue como sucedió esa noche: Alrededor de las dos de la mañana, una ráfaga de disparos distante que provenía del vecino pueblo armenio de Laraguk , que se encontraba como a 457.20 mts. de distancia, de una parte de Khodjali llamada de manera suficientemente irónica las "Casas Helsinki" interrumpió mi sueño. El fuego del francotirador armenio, fue contestado con al menos 100 disparos, por parte del lado azerí, incluyendo explosiones de fuego de cañón de un viejo BTR, recientemente adquirido por un soldado desertor ruso. Era el único armamento mecanizado que vi en manos de los Azerís. El combate a fuego abierto continuó de manera esporádica hasta el amanecer, esto hacía que fuera imposible dormir. Nadie sabía cuando harían su último avance para apoderarse del pueblo, pero todos sabíamos que alguna de esas noches lo harían. Khodjali controlaba el aeropuerto de Stepanakert, y este era un objetivo muy importante para los armenios. Tenían que apoderarse de él. Pensé para mis adentros: Yo lo haría, si fuera ellos. Junto con ese pensamiento vino otro que me causó mucha ansiedad. ¿Qué es lo que harían los residentes cuando se apoderaran de él?

En la mañana las personas solo permanecieron cerca-literalmente. No había ningún salón de té o restaurante para pasar el rato, así que las personas, reunidas en pequeños grupos únicamente permanecían en las calles de gravilla y lodo, tan sólo esperando. La única persona que vi haciendo algo, era una chica obesa, que trabajaba como vendedora en la tienda de telas, donde no había nada que vender. Primero la vi hecha un lío y apresurándose rápidamente para el trabajo a las nueve de la mañana: la intensidad de su propósito era única, así que la seguí hasta su tienda. La siguiente vez que la vi fue en un video, yacía muerta sobre el suelo, apilada junto con otros cadáveres, pero eso fue mucho tiempo después. Los demás sólo esperaban turno, esperaban que la muerte los alcanzara. Yo rece, para que no me tocara verlo.

Desaprovechamos la mañana merodeando alrededor del aeropuerto, un fotógrafo de una agencia de noticias azerí estaba cerca, así que los soldados montaron un buen espectáculo, salían corriendo de sus bunkers y detrás del viejo cañón BTR, a tiro limpio. "Hagámoslo nuevamente, pero esta vez dejen que tome fotografías de frente", les sugirió el camarógrafo.

Yo repudié y me negué a tener algo que ver con esa puesta en escena. "Estas personas van a morir", me dije a mí mismo. "Y yo no quiero morir con ellos, porque son tan estúpidos como para disparar a sombras que les disparan de vuelta". Alef Khadjiev parecía estar de acuerdo conmigo. Nos sentamos en silencio, viendo a sus hombres posar para las cámaras, corriendo cerca y a lo lejos con dotes de grandeza grabados en sus semblantes.

"Probemos esa toma nuevamente" cacareo el fotógrafo. No había más que decir.

Finalmente al caer la tarde, escuché un gimoteo delator de un helicóptero que pilotaba arriba del Claro.

¡Gracias a Dios! Me jacté, pero disimulé sentir indiferencia.

Entonces, tomé mi camino hacia el campo aéreo, justo a tiempo para ver el artefacto sobrecargado vomitar toda la comida, armas y refugiados que regresaban. Un pequeño bajó de la aeronave sosteniendo una jaula con un canario, o quizá estaba abordando. Pienso que se trataba de la primera opción, pero no tengo la certeza. Había muchas personas en el aeropuerto, que intentaban abordar y bajar del solitario pájaro, y yo era una de esas.

Cuando aquellas que subían parecían superar a las que bajaban, intenté subirme. No me importó que el helicóptero cargara dos veces o tres veces el peso límite, ni que nos acompañara un cadáver de uno de los chicos de Khadjiev, que había sido atacado por un francotirador la noche anterior. Me preguntaba si compartimos la mesa, ese día de la comida estilo SPAM, pero no me pareció prudente retirara la sabana que cubría al cadaver para mirar. Los motores cañoneaban y se quejaban y despegamos dando un par de bandazos, pero esta vez ya no me daba miedo el vuelo. Yo solo quería salir de ahí. Ascendimos y ascendimos en espiral hacia arriba, hacia el cielo, sobrevolando el Claro de Askeron a 3500 pies de altura, con viento de cola. Quizá sobrevolamos en territorio de fuego antiaéreo, No lo sé. Pero lo que sí sé: Que nunca más regresaré a Khodjali.

No había necesidad de hacer juramentos.

El último viaje de helicóptero que se realizó al pueblo sitiado fue el 13 de febrero.

Los últimos víveres, con excepción de las papas cultivadas localmente, se terminaron el 21 de febrero.

El tiempo corría rápidamente, el destino funesto era inevitable.

De golpe en la noche del 26 de febrero, cayó el aniversario de la masacre de los armenios en Sumgait en 1988. Por esta vez, la venganza no exigiría ojo por ojo, sino la cabeza completa.

Eran las siete cuando nos encontrábamos en el auto conduciendo lo más rápido posible a través de las monótonas planicies del centro de Azerbaiyán. Los amarronados campos de algodón de las granjas colectivas se extendían hasta el horizonte en todas direcciones, y a un lado del camino, había hombres ondeando patos muertos en dirección nuestra mientras seguíamos de largo. Nos detuvimos a cargar gasolina en un pueblo llamado Verter, en donde preguntamos al alcalde de la localidad sobre lo que ocurría en Agdám, a lo que respondió no tener conocimiento. Nos detuvimos de nuevo en otro pueblo de nombre Barda, y aprovechamos una vez más para indagar acerca de los incidentes y rumores: las respuestas obtenidas no eran más que miradas despistadas. Comenzábamos a pensar que todo era una farsa derivada de un indicio exagerado cuando llegamos a Agdám y conducimos hacia el centro de la ciudad buscando algo que comer. Fue ahí donde dimos con los refugiados. En el lugar había una decena, que posteriormente se convirtió en una veintena hasta llegar a cientos de ciudadanos de Khodjali en medio de gritos y lamentos. Muchos de ellos me reconocieron debido a mis visitas previas al pueblo. Intentaban agarrarse de mi ropa, balbuceaban los nombres de sus parientes y amigos muertos, y me llevaron a rastras hasta la morgue adjunta a la mezquita principal del pueblo para mostrarme los cuerpos de sus parientes.

Al principio nos pareció difícil creer lo que los sobrevivientes proferían: los armenios hubieron rodeado Khodjali para entregar un ultimátum: lárguense o mueran. Después, entre balbuceos detallaban los últimos días. Muchos de estos detalles se relacionaban con el Comandante Alef Khadjiev.

Alef, presintiendo la fatalidad, había rogado al gobierno que enviase helicópteros para por lo menos salvar algunos civiles, sin embargo Bakú no dio respuesta alguna. La noche del 25 de febrero, un grupo de fedayín armenios atacó el pueblo desde tres costados. El cuarto costado había sido dejado abierto, creando así un embudo a través del cual los refugiados tendrían posibilidades de escapar. Alef dio la orden de evacuar: los combatientes atraerían la atención hacia la ladera del valle del río Gorgor, a la vez que las mujeres, los niños y los ancianos escaparían por debajo. Para la mañana del 26 de febrero, después de andar a tientas cubiertos por la oscuridad y el fuego, los refugiados lograron llegar a las faldas de una villa denominada Nakhjivanlí, en la cúspide de Karabaj. Los refugiados cruzaron un camino y comenzaron a avanzar trabajosamente colina abajo hacia las líneas frontales de Azerí y la ciudad de Agdám, situándose a unos 10 kilómetros de distancia por la avanzada de Azerí en Shellí.

Era ahí, en las pequeñas colinas y a la vista de la salvación, donde algo horrible los esperaba: una oleada de plomo y fuego. "Ellos sólo disparaban y disparaban y disparaban", se lamentaba una mujer de nombre Raisha Salanova, quien aseveraba que su esposo y su yerno habían caído muertos frente a ella, y que su hija estaba desaparecida.

Una gran cantidad de civiles, cientos, quizás miles, y un puñado de defensores habían sido asesinados en lo que parecía una cacería de patos; a menos que se contase cuerpo por cuerpo, no había forma de establecer un número, además de que muchos de los cuerpos quedaron fuera del alcance, en una tierra que no pertenecía al hombre, entre las líneas que se habían convertido en una zona de muerte y un día de campo para las aves de rapiña.

¿Mil muertos en una noche? Nos pareció imposible, pero cuando comenzamos tomar referencias cruzadas, los salvajes reclamos sobre el alcance de la matanza empezaron todos a parecer ciertos. El líder religioso de la localidad de Agdám, Imam Sadik Sadikov, se derrumbó en llanto mientras contaba en un ábaco los nombres de los muertos para los que se tenía registro. Ese día se contaron 477, número que no incluyó a aquellos desparecidos y que se presumían muertos, ni a las víctimas cuyas familias enteras habían sido exterminadas y de las que por lo tanto no se tenían registros de fallecimiento ante Dios. Ese 477 representaba únicamente el número de muertos confirmados por los sobrevivientes que habían logrado llegar a Agdám y que estaban físicamente aptos para cumplir, aunque de manera imperfecta, con la práctica musulmana de enterrar a los muertos en el lapso de 24.

Elif Kaban de Reuters quedó pasmado por el miedo. Mi esposa Hicran estaba paralizada. El fotógrafo Oleg Litvin cayó en estado catatónico y sólo tomo las fotografías cuando yo mismo lo lancé ante el objeto de las mismas: cadáveres, tumbas, mujeres gimiendo y desgarrando sus mejillas con sus propias uñas. Sí, se requería de mucho aguante, pero era el momento de trabajar, de reportar: había ocurrido una masacre y el mundo tenía que saberlo. Peinamos el pueblo, parando en repetidas ocasiones en el hospital, en la morgue y en los crecientes cementerios; llegamos hasta los extremos del perímetro defensivo para efectuar horrendas entrevistas desde el lugar de los hechos con sobrevivientes rezagados que nos íbamos topando, para luego volver al hospital a dar cuenta de nuevos heridos y nuevamente a la morgue a observar los cargamentos de cuerpos que llegaban para identificación y lavado ritual antes de su entierro. Buscaba rostros familiares y, aunque me pareció haber visto algunos, no podía asegurarlo. Uno de los cuerpos fue identificado como un joven veterinario que había recibido un disparo en el ojo a muy corta distancia; intenté recordar si había conocido a ese hombre o si me fue presentado en Khodjali, pero no pude aseverarlo. Otros cuerpos, que presentaban ya rigidez cadavérica, parecían un relato de ejecuciones: tenían los brazos levantados como si se tratase de una rendición permanente. A algunas cabezas les faltaba el cabello, como si los cueros cabelludos hubiesen sido arrancados. No fue un lindo día.

Pasado el medio día, alguien mencionó que un helicóptero militar prestado de la guarnición rusa en Ganja sobrevolaría los campos de la matanza, por lo que nos dirigimos al aeropuerto. Dicho viaje no se produjo, pero me encontré ahí con viejos amigos.

"Tomas", un hombre en uniforme militar, con un grito entrecortado me tomo en un abrazo y se soltó a llorar. "Nash Nachalnik..."

Lo reconocí como uno de los chicos de Alef Khadjiev: un chico de Bakú con la cara llena de espinillas quien se hubo descrito a sí mismo como un banquero antes de convertirse en voluntario para entrar en servicio en Karabaj. Balbuceaba en ruso, pero una frase surgió de entre las lágrimas: el comandante...

Tropecé con algunos otros sobrevivientes de la guarnición de Khodjali que me hicieron detenerme. De los cuarenta extraños bajo el comando de Alef Khadjiev, únicamente diez quedaban con vida. Mugriento, exhausto y exudando lo que solo se puede describir como culpa de sobreviviente, recapitularon la espantosa noche y el día que la siguió, así como la muerte de su comandante, Alef Khadjiev. El comandante cayó muerto por una bala en el cerebro mientras defendía a las mujeres y a los niños, quienes en su mayoría de todos modos habrían fallecido.

Entrado el atardecer regresamos a la casa de huéspedes del gobierno a la mitad del pueblo para buscar un teléfono, y fue ahí donde encontramos a Tamerlan Garayev, agotado y sin fuerzas. Originario de Agdám, el vocero adjunto del parlamento era uno de los pocos funcionarios gubernamentales de cualquier índole que vi en el lugar. Se encontraba interrogando a dos desertores turcomanos de la 366.a Brigada de Infantería Motorizada de las fuerzas del Ministerio Interior Ruso con base en Stepanakert, quienes se habían refugiado en Khodjali una semana antes. La última pieza en el rompecabezas de la tragedia embonó repentinamente: no habían sido sólo los armenios quienes atacaron y destrozaron el pueblo, también participaron los rusos.

"¡Hablen, hablen!", decía Tamerlan, a la vez que los dos hombres nos miraban fijamente.

"Huimos porque los oficiales armenios y rusos nos golpeaban por ser musulmanes," relataba uno de los hombres, Agamuhammad Mutif. "Lo único que queríamos era ir a casa, en Turkmenistán."

"¿Qué pasó después?", Tamerlan exigía respuesta.

"Atacaron el pueblo", dijo el otro hombre. "Reconocimos los vehículos de nuestra unidad."

Pensé en el Comandante Sergei Shukrin y me pregunté si se habría visto implicado. Los dos hombres escapaban con la demás gente del pueblo a la vez que ayudaban a un grupo de mujeres y niños a escapar a través de las montañas cuando fueron descubiertos por los armenios y la Brigada 366.a.

Pensé en el comandante Segie Shukrin, y me pregunté si el estaba involucrado. Los dos hombres escapaban con la demás gente del pueblo a la vez que ayudaban a un grupo de mujeres y niños a escapar a través de las montañas cuando fueron descubiertos por los armenios y la Brigada 366.a.

"Abrieron fuego contra ellos y al menos veinte de nuestro grupo fueron asesinados", relató Mutif. "Después de esto, tan solo corrimos y corrimos":

Un ataque realizado en un pueblo azerí, provocado por los armenios, apoyado por los rusos, que como consecuencia arrojaba un saldo de más de mil muertos.

Esto era noticia. Pero era tan sólo al llegar a este punto, cuando las cosas se tornaban muy extrañas. Nadie parecía estar interesado en la historia con la que nos habíamos tropezado. Al parecer, la idea de que los papeles de buenos chicos y malos chicos se habían tergiversado era demasiado: ¿Estaban los armenios acribillando azerbaiyanos?

"¿Estas insinuando que murieron muchas más personas en el ataque de Karabaj, que las que se reportan fallecidas en los últimos cuatro años?" dijo el corresponsal de la BBC de Moscú, cuando le proporcioné información de la matanza.


"Eso es imposible"

"¡Échale un vistazo a la información proporcionada por Reuters!"

"No hay más noticias".

Ciertamente Mientras que Elif Kaban estaba produciendo en serie copias en su télex portable, no había efectivamente nuevas noticias. Alguien estaba tratando de impedir las copias, o pretendía divulgar informes regionales insignificantes, de 'argumentaciones en oposición'. Para ser justos, el gobierno y la prensa en Bakú no precisamente estaban dispuestos a apoyar nuestros reportajes. Cuando partimos de Agdám para poder obtener la noticia, el vocero de la presidencia estaba afirmando que únicamente habían muerto dos de los defensores combatientes de Khodjali que habían contestado la agresión de un Ataque armenio. Fue solamente una noche más en la montañosa región de Karabaj. Nosotros sabíamos otra información diferente, pero éramos nosotros tres solos contra la máquina de mentiras del Estado. Finalmente, logré contactarme con la oficina del Washington Post en Moscú y les dije que quería enviarles una historia. Nadie del personal estaba dispuesto a tomarme un dictado, así que gracias a mi insistencia me comunicaron de mala gana con la oficina de asuntos internacionales en Washington. Yo di la cifra de 477 muertos, leal a lo que me había informado Iman Sadikov,y fue reprimida severamente por los editores: ¿De dónde obtuve yo este número si en Bakú únicamente se reportaba que sólo dos personas habían muerto? ¿Había yo visto todos los cadáveres? ¿Que les parecería una compensación? La prensa armenia reportaba un 'ataque masivo Azerí'. Esa información no fue la que envié en mi reporte.

Estaba por responder que esta mínima cantidad de información no estaba en mi reporte, ya que esto no fue precisamente lo que había pasado cuando el primer misil Kristal impactó el suelo de Agdám, tan sólo a 1609 m de distancia de la casa de huéspedes del gobierno de la cual precisamente salía mi llamada. A este misil le siguieron otros y cuando uno de estos se impacto contra en edificio de al lado e hizo estallar todas las ventanas de nuestro "dacha", localizada en el centro de la ciudad, pensamos que lo mejor era apartarnos del teléfono y resguardarnos en el sótano antes de que nos hicieran estallar en pedacitos. Aproximadamente una hora después de que nos apelotonamos bajo los colchones, subimos a respirar aire fresco, y decidimos que probablemente era una buena idea dejar Agdám. Otras 50,000 personas habían hecho lo mismo, descubrimos que estábamos en medio de una masa de camiones, automóviles, caballos y personas en bicicleta, todos listos para iniciar el éxodo y huir hacia el este.

Yo fui quien divulgó la historia de la masacre de Khodjali, que se convirtió en Primicia Mundial, cuando se publicó en el interior de una página del Washington Post de 27 de febrero. Seguida por la noticia de primera plana 'Europea' del periódico Sunday Times de Londres Para ese entonces la Brigada Internacional de Rescate comenzó a lanzarse en paracaídas para realizar el conteo de cadáveres y se dio cuenta que algo espantoso había sucedido. Anatol Lieven del London Times fue el primer reportero del oriente en llegar a los campos donde se había realizado la matanza, y hacer la desagradable valor de revisar los documentos de los fallecidos. El compañero que lo acompañó en esta hazaña fue el finado Rory Peck del Frontline News, un profesional fantástico y muy querido amigo. Otros no se desempeñaron tan apropiadamente. Uno de los menos conocidos reporteros de la Prensa Ajans de Francia, arribó la noche que nosotros partimos, y encontró a la ciudad en "calma" aparentemente había confundido con 'apacibilidad', el silencio que siguió al éxodo de 50,000 personas que sufrieron el ataque de los misiles. Siendo uno más, y estando de invitado en mi casa, abusó de la confianza de Vafa Gulizade citándolo erróneamente. En el momento de clímax de la crisis, Douglas Kennedy, hijo de Robert, se presentó con un intérprete y guardaespaldas de la KGB de San Petesburgo insinuando que podía merodear un poco por el Frente, sólo por diversión.

Después de convencerlo de que su traductor sería asesinado por una turba, Douglas Kennedy siguió mi consejo y solicitó los servicios de dos muchachos locales, a quienes tiempo después se negó a pagarles.

Mientras tanto, el gobierno de Azerbaiyán, había cambiado completamente de actitud sobre este tema. Las mismas personas que habían permanecido inalcanzables durante los primeros días de la crisis, me estaban pidiendo los números de corresponsales extranjeros de Moscú, para invitarlos y hacerlos partícipes y divulgaran la masacre a expensas del gobierno.

Yo no reaccioné muy bien. Por poco me abalanzo para agredir a Rasim Agaev, secretario de prensa del presidente para acusarlo de mentir públicamente. El vocero no se quedó complacido y comenzó un rumor de que yo era un espía armenio enviado a Khodjali, para descubrir 'secretos militares' aquella vez que en enero visité el pueblo condenado a la ruina. Me detuvieron temporalmente gracias a los cargos, y comencé a hundirme en un muy mal humor. Cuando me dejaron en libertad, me dirigí al centro y me descubrí sentado a los alrededores de un centro comercial, con un montón de comerciantes de mercado negro, que esperaban a que mis rublos llegaran a cabio de mis dólares, cuando todo me conmocionó y me conmocionó fuertemente. Las calles de la tarde aun estaban invadidas de compradores sonrientes, aparentemente distantes o incluso indiferentes a los ciudadanos de Khodjali. Eran los mismos hombres usando chaquetas de cuero y las mismas mujeres con demasiado rubor en sus mejillas y todos sonreían y reían y desfilaban, y yo tengo que decir que sentí por ellos odio. Quizá no sabían lo que yo había hecho. O quizá lo sabían pero no les importaba por temor de que los desquiciara. No estaba muy claro, ni tampoco lo estaba mi cerebro.

Cancelé el tarto con los dólares, salí de la tienda y deambulé por las calles. Creo que había llovido, pero no lo puedo asegurar. Deambulé y deambulé, sin ser capaz de detenerme en algún sitio u observar y platicar con alguien por horas de horas. "Je Je" Alguien se carcajeó, al momento que cortejaba a su pareja, o daba vuelta a la llave para poner en marcha su automóvil.

"Jo,Jo,Jo", alguien más río con satisfacción, al tiempo que se tambaleaban al salir de una tienda Komisyon, con una botella de Vodka Finnish bajo el brazo.

Quería sacarle el aire a sus llantas, estrellar sus narices, quemar sus casas- hacer algo y hacerlo de manera violenta.

Yo sólo deambulé por las calles y evité todo tipo de contacto humano. Era major así. Cuando regresé a casa, me senté y me serví un trago largo y me lo bebí y Hicran me preguntó donde había estado.

"Khodjali", alguien respondió con una voz que yo no reconocí. Pertenecí a ese lugar, con los fantasmas de un pueblo regordete que no tenía alimento alguno para emitir palabras o agua para lavarse y todas aquellas personas que conozco y conocí estaban muertas, muertas, muertas y comencé a llorar, y llorar y llorar.

*** No había tantos muertos. La mayoría yacían aún en las montañas, esperando a que las altas temperaturas de la primavera llegaran para que la putrefacción comenzara a darse. Algunos, pocos eran removidos con una pala y depositados en suelo poco profundo del Cementerio de los Mártires que se extendía de lado a lado hasta el edificio del parlamento de Bakú. Uno de ellos era Alef Khadjiev. Me gustaría recordarlo como un amigo, por unos tragos que juntos bebimos. Un policía con gran sentido del humor, con su gran sonrisa y fanfarronería, Alef fue capaz de animar a la comunidad de Khodjali que lo rodeaba con la creencia de que a pesar de los inconvenientes y de una falta de apoyo de Bakú casi total, podían resistir y sobrevivir. Pero ahora Alef Khadjiev estaba muerto. Había adquirido una bala que le atravesó el cerebro, y luego de pudrirse por una semana en las montañas del Jardín Negro, su cuerpo fue comprado con 100 litros de gasolina y después fue traído a Bakú para finalmente ser sepultado con honores militares.

A pesar de la cercanía del edificio del parlamento tan sólo al cruce de calle, nadie del gobierno asistió al funeral, y eso ya era de muy mal gusto, ya que si hubiesen asistido, y susurraren elogios sobre lo valiente y tenaz, Alef el héroe, entonces el mártir de khodjali hubiera quebrantado todo yugo con la muerte y escalando su tumba ya los hubiera estrangulado con sus propias frías manos. El era ese tipo de individuo.

Pero no estaban presentes y la procesión funeraria tuvo poco quórum, ya que Alef era nativo de Khodjali, y todos o al menos casi todos de los dolientes estaban muertos o se habían convertido en refugiados, y debían ser traídos a Bakú en camión, tren o autobús para celebrar los últimos rituales.

La excepción fue la viuda de Alef, Gala, una regordeta chica rusa con leve insinuación de vello facial como bigote y que vivía en Bakú. Nos habíamos conocido en Agdám después de sufrir las secuelas de la masacre y ella se negó a creer que su esposo había muerto. Además de un estado de aflicción abrumador, tenía miedo de perder la cabeza, y se preguntaba cómo podría vivir sin él.

Yo tan sólo soy una rusa, una rusa" lloro desesperadamente. "¡Y ahora todos me miran con odio en sus ojos!" Eso sucedió en Agdám donde cualquier persona que no hablara azerí se le miraba con mal de ojo. Le di mi número de teléfono en Bakú y le dije que me llamara si había algo que yo pudiera hacer por ella. Llamó unos días después, diciendo incoherencias por el teléfono.

"Thomas", sollozó. "Alef está aquí"

En un principio pensé, sucedió un milagro, talvez hubo un error en la identificación del cadáver, y Alef aún seguía con vida. Pero Gala sólo me llamaba para decirme que los restos de Alef habían sido recuperados, en un intercambio por muchas docenas de galones de gasolina con los armenios y que lo habían embarcado hacia Bakú para sepultarlo ahí. Era muy difícil para mí entender su ruso a través del teléfono y probablemente mucho más duro para ella tan sólo sostener el teléfono. Pero permaneció coherente el tiempo suficiente para poder darme su dirección y la hora en que saldría la procesión funeraria. Fui, sin saber lo que podía esperar:
¿Un cuerpo sin vida, una semana después de su fin, en una estancia?
¿Mutilado como los demás? ¿Con el cuero cabelludo arrancado, como hicieron con los demás? Me subí a un taxi y viajé a través de un terreno yermo de siseo rosado y azulado que expiden las cañerías atestadas de las áreas de refinerías petroleras de Bakú, conduciendo sobre las calles que aparentemente nunca serían reparadas. Conducimos y conducimos y era un conducir por un paisaje extremadamente deprimente, pero del tipo que casi nunca uno ve o que admite haber visto. roto, enfermo y malo. Era un tanto así como un símbolo de la rapacidad y de la fealdad de un régimen en Bakú. Igual que lo habían sido los cadáveres en Agdám. ¿Cómo es posible que se permitiera a la gente vivir y morir así?

Para terminar de complicar mi humor negro, sucedió que el taxista solamente quería hacer chistes y decirlos en ruso. Le comenté cual era mi opinión. Le comenté que me dirigía al funeral de mi amigo Alef Khadjiev, Mártir de Karabaj, y que todas las personas eran avaros cobardes y que solamente los buenos hombres habían muerto y la escoria era lo único que quedó. El estuvo de acuerdo, y se rehusó a recibir dinero por el viaje. Era su contribución para la defensa nacional o algo por le estilo.

Bajé del taxi frente a una serie de edificios altos de estilo Soviet, de esos que se construyen con el retrete separado del cuarto de baño. Degradante, como todo aquello que significaba lo que una vez fue la URSS. Caminando entre los dolientes vi personas conocidas o que al menos reconocía y las abrace. Acto seguido vi a Gala. Estaba parada detrás de un camión cargando el ataúd cubierto por la bandera y sosteniendo la mano de su sonriente hijo, quien aún no estaba consciente de lo que había sucedido con su padre. Le dije algo muy bobo como 'se fuerte'. Intenté alargar mi brazo para tocar el ataúd encaramado en la parte de atrás del camión y simular un beso, pero no lo logré así que decidí en lugar de treparme al camión esperar a que la procesión avanzara. Muchas personas lloraban. Todos menos yo. Mis ojos estaban secos; no sé porque. Después alguien responsable de las solemnidades tomó la palabra y la columna se elevó en dirección al Cementerio de Mártires hacia lo alto de Bakú. El viaje en tren del funeral, fue igual al de mi viaje para dejar la cuidad, aunque la ruta fue muy diferente. Otra carretera en malas condiciones que se dirigía a través de otro terreno industrial yermo. Era la ruta hacia Alef , hacia cualquier otro lugar, o ningún otro lugar, la muerte. Llegamos a Shehidler Xiyabani o Cementerio de los Mártires, el lugar donde las víctimas de las acciones represivas severas del ejército Soviético del episodio del 20 de enero de 1990, habían sido sepultadas en una línea continua larga flanqueada por un muro de granito y cobijada por la sombra de cipreses enanos y pinos.

Yo ya había visitado el cementerio en otra ocasión y lo visitaba desde entonces, pero era diferente esta vez. No precisamente estaba ahí como periodista cubriendo un evento, ni como un turista político o cultural. Estaba ahí como doliente, sufriendo la muerte de Alef Khadjiev, la más reciente anexión a la segunda fila de tumbas, donde las fechas de fallecimiento son diferentes de aquellas de la primera fila. Entonces, no había una tercera fila de tumbas. Se trataba de un lugar que continuaría a extenderse y extenderse. Alef era la tumba numero 127, una zanja en el suelo rodeada de tierra recién removida. Su caja mortuoria fue bajada del camión y me uní a los aburridos portadores del féretro, mientras se lo colocaban en sus hombros y llevaron a los restos de Alef de ahora en adelante como un hombre de fe, nativo del lugar cuyo credo era el 'fatiha' o credo de la fe Musulmana. Esto era muy extraño, yo no estaba seguro si Alef era Musulmán, salvo en el sentido estricto de la palabra. Según yo nunca expresó nada que se aproximara a la devoción. Cuando el estaba aún con vida era un hombre que bebía en exceso, aun cuando no fumaba. Esto era muy extraño, ya que los Azeris fuman todo el tiempo aun en funerales. Y lo más extraño de todo acerca de Alef era que con certeza no le agradaban los turcos. El me dijo una vez que había visto tantas etiquetas con la leyenda 'Hecho en Turquía' en los botes de basura de Stepanakert, para poder entonces creer en algún ideal turco detestable.

Venían a mi mente estos pensamientos ya que recordaba que es lo que realmente se debe hacer cuando se depositan cuerpos en una zanja. Alef estaba por convertirse por lo menos en los siguientes próximos años, en el primero de toda esa línea de personas que yo conocía, que había muerto de forma violenta, así que sería el más recordado. Gala, la esposa de Alef, y sus parientes rusos se desconcertaron con el ritual que se realizo en el momento de depositar el cadáver en la zanja, con los piadosos conjuros y con el hecho de que un cuerpo que había quedado sin vida hace una semana tenía que ser extraído de la caja mortuoria para ser depositado en el suelo lodoso de la zanja cavada. Depositar el cuerpo dentro de esta. Un guardia de honor choco sus talones, dió unas palmadas bobas a las postas de su Kalashnikov y detonó tres disparos. Los casquillos cayeron golpeando ruidosamente la acera de granito. Recogí uno y lo deposité en mi bolsillo. Acto seguido los familiares y amigos íntimos comenzaron a cubrir el cuerpo de tierra y comenzaron realmente los lamentos. Las mujeres se arañaban los mejillas y los hombres lloraron a moco tendido mientras se despedían. Me sugirieron que dijera algunas palabras a la tumba y yo me negué. Tenía mucho que decir, pero aún así no quería hacerlo, mucho menos en un idioma que nadie comprendería. Las diferencias culturales y todo lo demás. Lo haría de una manera diferente esta vez.

Nuevamente una larga procesión funeraria comenzó a moverse cuesta abajo por la Fila de los Mártires. Se dirigían hacia la tumba no tan profunda cerca de Alef. Era el sitio en la esquina y el siguiente cadáver comenzaría una nueva fila , aun siendo su morada cavada cerca de los cipreses enanos anticipando la muerte de todos los que fueran los siguientes en morir en el Jardín Negro, en aquel horrible lugar llamado Karabaj. Mas hombres jóvenes pronto morirían y la cifra de muertos que se arrojaría sería mayor a todos los que murieron en Khodjali y los eventos del 25 y 26 de febrero , pronto se convertirían tan solo en un dato, otra grotesca estadística sobre la letanía de muertes en curso y sobre la destrucción en Karabaj, el Jardín Negro. Juré que Alef y los demás morarían en mis recuerdos, aquellos cuyos nombres nunca conocí pero cuyos rostros quedarán gravados en mi memoria para siempre. Así es recordaría Khodjali. Era un pueblucho. Ahora era muerte.